domingo, 26 de febrero de 2012

Comentario a la película "Memorias de Antonia" Una mirada desde el ser y para sí




     Esta película transpira la palabra autoconciencia en todo el celuloide usado en el rodaje. La idea de un espíritu femenino tan exaltado brinda nuevas manifestaciones del pensamiento en el alma tanto femenina como masculina. Por ser hombre, esta película me dejó en un segundo plano, verdaderamente detrás de la cámara o como si la hubiese visto con unos lentes densos que me impidiesen aprehenderla del todo. Si fuese una mujer, tal vez, hubiese escrito que mis entrañas se crisparon con la profundidad de la película, que me llevó a incorporarme de una manera nueva al mundo, con mi cuerpo y con mis deseos, pero no, desde mi perspectiva encuentro una ficción, más cerca de la realidad de algunas mujeres que de otras, la independencia sexual llevada a tal extremo supone un conocimiento de sí muy amplio, una certeza de autoconciencia que "lleva en sí misma la negación, la determinabilidad o la diferencia"[1] de esta forma este personaje elevado logra congraciarse con la negación de su sexo por medio de la conciencia que tiene de sí misma, lograda a su vez por una libertad y un ambiente familiar excepcional (aunque en este punto discrepo ya que puede que este ambiente no sea el suficiente para crear tal conciencia de sí mismo). Determinarse puede que llegue a ser una de las metas más complicadas que podamos llevar a cuestas en nuestra existencia. No es sencillo, la sociedad no lo hace sencillo, nuestra familia tampoco, la tecnología y las tendencias solo hacen que nos confundamos con el colorido de sustancias sujetas a la historia que tan solo nos identifican con unos patrones establecidos pero que jamás nos ayuda verdaderamente a obtener una certeza de nosotros mismos como un ser que, al conocerse, conoce y ejerce una negación de sí mismo dentro de la sociedad para asegurar su autoconciencia. Nada más importante para el sujeto que logra este estado que remarcar frente a la sociedad una diferencia.




     Recuerdo hace unas semanas, una charla con una compañera de la Universidad. Fue una charla de algunas cuadras, pero fue concentrada, de palabras precisas y esencias descritas con exactitud. Qué más difícil para el hombre que ser libre, desde una perspectiva de la autoconciencia si, desde que nacemos, ya sea por el color de nuestra piel, por el color de nuestros ojos, por nuestra proveniencia, apellidos, sin siquiera consultar con nosotros si queríamos o no estar allí gimiendo, con los primeros alientos fuera del vientre materno; encajamos dentro de un molde establecido. Somos únicos, sí, dentro de cada uno, porque dentro de la sociedad, los primeros juicios que se ejercen sobre una persona siempre estarán permeados con los rasgos más universales, las asociaciones más generalizadas. Antonia es un fiel ejemplo de esa autoconciencia, tan ardua de lograr, que los hombres buscamos permanentemente, y a la que algunos desechan por su misma profundidad. Este personaje fue víctima de una utopía del espíritu, por supuesto matizada, que le da al espectador un giro metafísico. Es imposible no remitirse a nuestros deseos más profundos después de ver la película, y no todos podemos decir que nuestros deseos son realmente deseos y no ocurrencias estúpidas que no están determinadas por nosotros, sino por nuestro rol frente a la sociedad. En pocas palabras, la reflexión que se hace después de ver esta película puede llegar a divagaciones y galimatías de calibres perturbables. Es muy interesante ver como la conciencia de sí mismo nos lleva hacia lo que no somos, o a lo que no pretendemos ser para de esa forma comprendernos mejor. Es el enigma, ser eso de lo que no tenemos conciencia porque lo que ya somos o conocemos no nos satisface nuestra necesidad de autodeterminación. Pero, hasta qué punto, Antonia deja de ser una con la sociedad si en su afán de emancipación debe dar forma a una nueva creación de círculo familiar. Ni siquiera ella puede desligarse de los valores primarios, los transforma y los renueva pero no crea algo de la nada.




     Finalmente, quiero centrarme en el inicio, ese saber el momento de la muerte, propio del suicida. No sé, hasta qué punto hubiese sido mejor la realidad de la decisión propia de arrancarse de la existencia. Por un lado, el corte mismo de la película, de ficción, hacen que la protagonista posea una certeza tal de su mundo, que sea capaz de saber el día en el que va a morir y aceptarlo con tan abnegación y simpleza. Este es un rasgo meramente imposible, relacionado con el dilema del suicidio que sí es una certeza del momento de la muerte y que, contrario a lo que se piense socialmente, es una afirmación de autoconciencia. Pero, hago una salvedad, no hablo de los suicidios infundidos por amores perdidos o por frustraciones de la vida, sino del suicidio infundido por el libre albedrío de regresar a la nada, al sitio que es finalmente yo y todos y desde el que quizás seamos todos uno, sin más satisfacciones ni remordimientos, a esa certeza de suicidio me refiero. Lo que quiero hacer ver es que la imagen del principio es la del suicida, pero que por cuestiones estéticas de la película se matizó con fantasía. Pese a lo que muchos piensen, desde la perspectiva de un personaje como Antonia, el suicidio sería la última manera de ratificar el autodeterminismo en el mundo, en su mundo. El hecho de que ella desde su certeza logró formar. Antonia, si tu historia es cierta, será más fuerte de soportar en este mundo que como se vio en la película. Antonia, si sobrevives a una realidad sin restricciones, deja que el mundo la vea sin matices de falsas esperanzas, tal como es, la negligencia que se recibe de querer entablar conversaciones con el vacío dentro de nosotros, la necesidad de ser otros con el fin de atrapar, en un leve suspiro, algo de nuestra verdadera esencia.


Memorias de Antonia
Holanda, Bélgica, Reino Unido. 1985.
Director: Marleen Gorris


[1] HEGEL, G. W. F. Certeza de la verdad y de la razón. En: Fenomenología del espíritu. México, Fondo de cultura económico. 1966, p. 146.