viernes, 21 de septiembre de 2012

Psique vertical




“Un río de escamas brillantes parece saltar de la mano de un gigante negro”

Julio Cortázar, “Todos los fuegos el fuego

     El fuego llegó como la vida misma, sin aviso previo, sin una invitación, surgió por el mismo misterio de su naturaleza y abarcó el orbe aciago de la oscuridad. Ella lo invadió todo, tan hermosa y transparente, tan llena de sociego y de antojos seculares, de estelares arrogancias como solo es posible en natura. Fuego y luz se alieron entonces en la llama, en la delgada línea que mira hacia el cielo, en el trazo divino hecho de hechizos y destellos que en sí misma solo desea subir. Lucha incansablemente por buscar algo, por alcanzarlo en la altura, por encima de ella misma está su aire, todo, la desesperación de saber que si fuera posible podría consumirlo todo sin misericordia; forcejéa por salir de del pabilo que la sostiene, quisiera ver florecer ese orgullo de ser llama, luz y fuego, vida, destrucción, trazo de espuma cegadora para morir con todo cuando ya todo esté muerto.



     Las llamas, las chispas, el crepitar desesperado  y el humo danzante del fuego es herméticamente encerrado en el cuento de Julio Cortázar. Lo nombro como un pretexto para mostrar que el fuego es cosmos y caos, es la malignidad, la destrucción, el odio, y al mismo tiempo, puede ser vida, sosiego, amor, pasión o muerte. “El fuego es entre todos los fenómenos naturales, el más apto para encarnar valores contradictorios: el bien y el mal, la vida y la muerte, la permanencia y la fugacidad, la creación y la destrucción” (Benavides, 1980, octubre –diciembre, p. 485). De esta forma entendemos cómo desde un mismo elemento es posible lograr una ensoñación diversa, una serie de imágenes que remiten al mismo soplo flameante y ardiente, pero que en su uso, en su contexto, está nombrando una situación que, al lado de otra totalmente opuesta, cobra la misma fuerza porque las llamas son indiferentes a su arder, lo hacen igual en la ira o en el amor, la luz que emana de su cuerpo es convulsiva, amorfa, arde igual para alejar el frío de un hogar y hacerlo ameno a la noche, que para incendiar un aposento y dejarlo todo resumido a escombros, arderá igual en un antiguo coliseo romano que unas galerías de París.