Dentro de las múltiples posibilidades del ser humano está la imaginación. Podemos correr, comer, trotar, hablar, perder el tiempo de forma olímpica frente a un cubo de imágenes muertas, disfrutar de un lírico ausente que vive de nuevo en su música milenaria, podemos llorar por amores negados del cielo, podemos sentir escalofríos y vernos al espejo al mismo tiempo, tantas cosas podemos hacer y, sin embargo hay acciones que por más que las intentemos lograr con éxito, sin importar lo que hagamos, caemos al vacío hasta una nueva ensoñación.
Imaginar no es, como muchos lo suponen, cerrar los ojos y recordar percepciones pasadas de recuerdos como una brisa de invierno, un beso perdido en un viaje o cualquier suceso que ya haya tenido una posición en la realidad inmediata de días anteriores. Incluso, las imágenes de los sueños pasados pueden dejar de ser imaginación porque esta debe ser inmediata y escurridiza, no puede concentrarse en imágenes sucesivas con una matriz sólida, esto ya sería un proceso hecho a partir de la imaginería que desembocaría en una imagen fija o en una obra de arte, una novela, un cuento, un poema. Este texto corto y práctico se refiere a lo que Gastón Bachelard (El aire y los sueños) quiere mostranos en sus múltiples libros sobre la imaginación "[…]
la imaginación es, sobre todo, un tipo de movilidad espiritual, el tipo de
movilidad espiritual más grande, más vivaz, más viva". Hacemos referencia al tipo de imágenes de la ensoñación justa y momentánea, a aquellos movimientos del espíritu que se estremecen dentro de nuestro cuerpo y nos habla en leves chispas de colores que se arremolinan en el sueño y perturban nuestro cuepo de tal forma que sentimos a nuestro lado la angustia de descifrar de dónde provienen y ponemos en duda las filosofías modernas que nos ubican en lo absoluto. Acaso somos lo absoluto como lo exponía Hegel, y si lo somos cómo es que no podemos mesurarnos nosotros mismos, en los predios de nuestra existencia. Todo es tan inmenso y está en nosotros de tal forma que se agolpa en una nada inasible de la que no podemos entrar ni salir voluntariamente. Quizás nuestro ser es en sí mismo una barrera, un espejo en el que no podemos vernos completamente sino a medida que nos vamos creando y vamos escogiendo o aniquilando lo que no nos conviene sino lo que es absolutamente necesario y privilegiado de nuestro espíritu. Y la imagen se completa solo en la muetre cuando somos verdadeamente absolutos y nos unimos a la inmensidad, a la gran madre que vive para esperarnos.
La conciencia navega en la imaginación, nace atraída por imágenes que no son suyas, quizás por fénomenos que pasan de ser especulación del espíritu en un lugar remoto a una manifestación de algo que toma la calidad de intrascendente. Imaginar es entonces un distanciamiento de nosotros mismos, de lo que somos, de nuestro tiempo como lo conocemos, de la materia y del espacio y los colores. Vivir la imaginería es hacerse a sí mismo dentro de un plano de libertad que no es posible sino es la anarquía total de espíritu en reposo. La imaginación no tiene cadenas superpuestas más que el superyo, expuesto en las teorías psicoanalíticas en repetidas ocasiones, sin embargo, este existe en la medida de que queramos ver o no ver lo que oculta la imaginación. No podemos huir de lo que somos ni dejar que una barrera a nuestra imaginación lo haga. "Si
no hay cambio de imágenes, unión inesperada de imágenes, no hay imaginación, no
hay acción imaginante. Si una imagen presente no hace pensar en una imagen
ausente, si una imagen ocasional no determina una provisión de imágenes, no hay
imaginación", expone Bachelard, así que sin una libertad, sin la movilidad que la imaginación requiere es absurda la imaginería ya que estaría tan maniatada que sería como una imagen estática de lo que queremos ver y no de lo que nosotros desde nuestro supuesto absoluto queremos mostrarnos para seguir construyendo nuestro ser en el mundo.